Fuente: Amnistía Internacional
Ketty Marilú Moscoso Paucarchuco
kmoscoso@unah.edu.pe

Durante muchos años, de diversas formas, conceptos, expresiones, prácticas, sensibilidades y reacciones; ha circulado y manifestado en la cultura popular y mediática, la violencia contra las mujeres.



“Por qué las mujeres todavía no pueden tenerlo todo”, es una publicación que crea verdadera polémica, generando acalorado debate, donde la mayoría de ellas concluye que son mujeres poderosas y de alto perfil, identificadas públicamente como feministas, sin prejuicios ni limitaciones.

La circulación del vocabulario feminista, es variado, para muchos significa, sabiduría, autonomía, derechos, liberación y justicia social; para otros felicidad y equilibrio. Pero en cualquiera de los casos tiene claramente identificado la desigualdad de género.

Definir a una feminista moderna, es asociar el bienestar y cuidado personal, a un feliz equilibrio entre el trabajo y la familia basado en un cálculo de costo-beneficio. Aparentemente opera como una especie de retroceso a la conversión total de mujeres educadas y con movilidad ascendente en seres humanos comunes.

En nuestra realidad, se considera un feminismo aceptable y legítimo, la predicada por las mujeres que encuentran este equilibrio entre el trabajo y la familia. Sin embargo, existen serias contradicciones, cuando buscamos fortalecer el “poder de las niñas”, como parte de las racionalidades de género.


Muchas mujeres insisten con vehemencia, que no son feministas y que tampoco necesitan serlo, ya que aparentemente se han superado los obstáculos políticos y económicos de desigualdad de género. Las crudas oposiciones entre este sentimiento y la realidad parecen fáciles de explicar a través de deseos y aspiraciones individuales, en lugar de contextos concretos y materiales.


Fuente: Amnistía Internacional

Esta corriente ideológica identifica a la mujer como hiperindividualizada, no sólo como sujetos emprendedores sino también como empresas individuales, es claramente más fácil de incorporar y popularizar, ya que ha eliminado de la mayoría, toda fuerza de oposición. Aunque todavía persiste la brecha salarial y el acoso sexual; propios del machismo.

¿Todos deberíamos ser feministas? ¿ese es el contexto? ¿debe perdurar la imagen de la supermujer de los ochenta? ¿cree en gran medida que eso es “tenerlo todo”? Mientras las cuestiones de reproducción y cuidado de la familia afecten los sentimientos de la mujer, seguirán estos discursos perennes de feminismo.

A pesar de todo, con el correr del tiempo ser “feminista” se ha convertido en una fuente inesperada de capital cultural, ya que cuando el feminismo fomenta que las mujeres se centren en sí mismas y en sus propias aspiraciones, puede ser más fácil popularizado, circulado y capitalizado en el mercado, propagando el “apoyo” entre ellas, gestando una cultura de “poderosas”, que gozan de privilegios propios de su entorno selectivo, el mismo que marca la trayectoria de su “éxito”.

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