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Mirtha Yanina Coronado Cárdenas

El hombre, desde su concepción, ha estado en constante lucha por sobrevivir, pues durante todo el trayecto de su vida a enfrentado situaciones diversas que lo llevaron a deducir que la muerte,


un final impredecible, siempre le ha estado pisando los talones. De allí que se sabe de personas que han sobrevivido a la muerte manifiesta a través de accidentes fatales, incendios, desastres naturales, enfrentamientos civiles, entre otros, ya sea por la suerte, la casualidad u otra oportunidad brindada por la divinidad, quienes aún viven para contarlo.

No obstante, como todo mortal, hubo de quienes fenecieron sin remedio ni oportunidades, ya sea a causa de una enfermedad terminal, el destino fatal u otros sucesos funestos que acaecieron en su vida. Es como si la existencia humana, como lo creían los antiguos griegos, estuviese regida por las Moiras (Cloto, Láquesis y Atropos), tres temibles hermanas, cuyos ropajes negros y deformes revelaban lo cruel, impredecible y fatal que es el destino de los hombres; es decir, ellas tejían la vida humana desde el nacimiento hasta la muerte, por lo que nadie escapaba a sus designios.

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En la actualidad, se podría deliberar que el hombre frente a la muerte, personificada por un enemigo invisible y letal que no distingue de raza, edad, sexo, credo ni estrato social, se viene aferrando a la vida; mientras, parientes cercanos y otros de su entorno vienen luchando tratando de evitar el trágico final, que en la mayoría de los casos se observa, a causa de padecer de una enfermedad previa o por la crisis sanitaria manifiesta en el acceso limitado a la UCI para ventilación mecánica, escasa dotación de elementos de bioseguridad, escasez de mano de obra calificada y de suministros médicos como pruebas moleculares y rápidas.


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Por otro lado, a pesar de la crisis sanitaria, humana y económica que se manifiesta a nivel mundial, se debe luchar hasta el último aliento, tal como lo manifiesta William Shakespeare; es decir, seguir cumpliendo a cabalidad con los protocolos de bioseguridad y el aislamiento social, con miras al bienestar de aquellos seres vulnerables presentes en cada hogar.


El hombre es como un soldado que, con honor y valentía, lucha diariamente contra un enemigo común, del cual aún no se halla el talón de Aquiles; sin embargo, ese hombre luchador no debe dejarse devastar por la angustia y desesperación, al contrario, levantar la mirada y afrontar con cautela lo que vaya trascender en su vida, la de su entorno más cercano y, por qué no decir, lo que acaeciera en su país.


En fin, aunque resulte quimérico, los hombres que luchen hasta el final; es decir, hasta agotar sus últimos esfuerzos, serán aquellos que vencerán a este y muchos adversarios más. No obstante, la lucha no requiere de un arma de guerra o algún instrumento hiriente, se puede batallar también a través de la perseverancia, solidaridad, paciencia, esperanza, limpieza y seguridad. Por ende, es oportuno también esperar los designios que instaure nuestra madre naturaleza, manteniendo la guardia; aunque muchos sean derrotados y exhalen el último suspiro, aquello contribuirá para que la cruel pandemia llegue al ocaso esperado. ¡El hombre luchador logrará la victoria tan anhelada, aunque le haya costado un gran sacrificio!

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