Fuente: Twitter
Roly Auccatoma Tinco
rauccatoma@unah.edu.pe

Lo sagrado en el mundo moderno ha sido desacralizado, ya se había adelantado Dostoyevski cuando manifestó “Si Dios no existe, todo está permitido”, en su obra Los hermanos Karamazov, donde Iván Karamazov se angustiaba y atormentaba por la existencia de Dios.


La persona inculta ha humillado a todo lo sagrado de la cultura, desarrollada a lo largo de la historia de la humanidad. La música, pintura, poesía y filosofía es infravalorada en este mundo globalizado; es decir, se ha desacralizado a las grandes creaciones de la humanidad, ya nadie se interroga acerca de la vida, de Dios y de la muerte. La gente se transformó en una especie de zombis blasfemos.  

Estos blasfemos, en la película Viridiana (1961) de Buñuel, se personifican en los mendigos que no muestran el mínimo respeto a la música, pintura ni la propiedad privada. No manifiestan ideas ni ideales, pues están lejos de ser hombres civilizados y actúan por instinto de sobrevivencia, siendo esta su primordial tarea en la vida.

Por tanto, se falta el respeto, desmesuradamente, a la monumental obra “La última cena” de Leonardo da Vinci. Asimismo, se muestra la inutilidad de la obsesión caritativa de Viridiana, quien creía posible cambiar el mundo a través de la caridad. En la escena de la última cena de los pordioseros, estos seres miserables, recogidos de la calle por la bondad de la dueña, aprovechan la ausencia de los amos para tomar posesión de su aposento por una noche.


La realización de una auténtica cena de los pobres en casa de los señores, va desacralizando todo lo sagrado. Lo grandioso de la escena es cuando Buñuel detiene su cámara por un momento para mostrarnos la gran cena de los miserables.


Fuente: Curistoria

Entonces, viéndolo desde esta perspectiva, pareciera que Buñuel tiene “un afán por demostrar que los marginados sociales, portadores de todos los pecados capitales, son intrínsecamente perversos y no admiten reglas ni normas que les subyuguen. Autoexclusión e inadaptación como respuesta a un orden moral establecido que ellos detestan y que tratan a todas luces de socavar” (Sánchez, 2015, p. s/p).

Por otro lado, filosóficamente, Nietzsche odiaba a este tipo de personas que solo tienen una moral de esclavos, con ideas consumistas; es decir, “no es cierto que Nietzsche odiara a los alemanes. Odiaba, en ellos, lo que odiaba en todos: al burgués gregario, al hombre adormecido, al lector de periódicos. Hoy odiaría, no al lector de periódicos, sino al usuario de Internet, esa “red” de basura que apenas si sirve para informarse malamente y no sirve, en absoluto, para pensar” (Feinmann, 2008, p.175).

En fin, todo lo sagrado es nihilizado, pues el hombre posmoderno es dominado por el mercado, viviendo como un zombi sin filosofía, sin conocimiento de las grandes obras de la humanidad. En este contexto es iluso hablar de la justicia y la libertad, ya que la actitud de estos mendigos, en su última cena, manifiesta su resistencia hacia el dominio de la cultura de la civilización. Incluso se autodenominan como la “máxima expresión”.

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