Fuente: Mitos perdidos-blogger
Edgar Gutiérrez Gómez
egutierrez@unah.edu.pe

Con esa pequeña estrofa de los Hnos Yaipen, cantando a todo pulmón su música A llorar a otra parte: …Se que voy a gozar cuando vengas llorando / Me voy a burlar de ti al verte arrastrando / Te arrepentirás de haberme conocido por que desde ahora me declaro tu peor enemigo /… ¡Total! Solo es garabato de una música.


Las disputas ideológicas que se manifiestan en los bulliciosos políticos, se van tornando en argumento ad hominem, ejemplos evidentes por doquier y oxigenado por la prensa vulgar. Mis amigos, vecinos, colleras, huaynas y el variopinto mundillo de la interrelación social necesaria e inevitable; exponen hedor, cuando no participas a son de su alucinación alienígena.

Uno de los maestros de la sospecha, categorizado por Paul Ricoeur, el psicoanalista Sigmund Freud, hubiera gozado del paciente experimental alienista literal a mis amigos. La salvación del alienista se lo debemos a Carl Jung que se entusiasmó con el inconsciente colectivo. Y, a lo Eureka dijo: la psique. Ese desorden mental que limita con el síndrome Narciso, es abominable en los escenarios de relativa infelicidad humana.


La suerte de un segundo de fama en la TV, al filo de la categoría de la necesidad y casualidad, transfirió al individuo a ventilarse a sí mismos, son los mesías que aplacarán a la muchedumbre imberbe. El exceso de narcisismo, casi siempre aterriza en la sociedad en la forma de un personaje con imagen tóxica y cuando esa sociedad cuenta con arquetipos enraizados por generaciones, se agrava la situación.


Los comentarios malsanos con arrogancia y pedantería, generalmente recurriendo a la condición económica y más aún cuando su trabajo no refleja lo que percibe, es abominable. Pues, millones de personas trabajamos para sobrevivir y dormir en una choza con el estómago vacío. Ese absurdo de la vida, es una pasión al ocaso. El ser arrojado a la nada, es una desesperación humana infinita; se necesita a Heidegger y de más existencialistas para seguir llorando.

Pues a llorar a otra parte, donde los egos inflados que se esgrime ante un pacífico; rueda como un desprecio iracundo. Mi demencia y mi infortunio, no me permiten vomitar moralina. Tengo inmoderada estima a Nietzsche, esa moral de esclavos que no se supera, independientemente del gusto de haber matado a Dios con la razón.

Mejor, me voy a llorar a otra parte, donde mi nihilismo sea vivido literalmente. Pero, mi inconsciente freudiano reluce y exige la inmediatez de imitar a la humanidad para seguir viviendo. Ahí, tintinea Emil Cioran con su Maldito yo ante la irresistible sensación de liquidar esta vida. Albert Camus, implora alegremente y dice: yuju, yuju; termina y suicídate, dando razón a la vida.

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