Roly Auccatoma Tinco
rauccatoma@unah.edu.pe

La guerra de todos contra todos que surgió con la propiedad privada, instauró en el mundo el “sálvese quien pueda”, ocasionando que cada persona esté sola ante el peligro.


El hombre está en crisis, ya que lo inunda el egoísmo absoluto de este sistema capitalista, en el cual se ama más al dinero y poco o nada les importa la situación del Otro (prójimo); es decir, nos hallamos en una sociedad del Dios dinero y todas las personas buscan acumularlo para ser héroes de sí mismos.

Además, tener capital significa poder porque con ella se compra todo, ¿quién puede resistirse a la tentación del metal que hace girar al mundo? En este preciso momento, aparece la furia de la pandemia que desde el Oriente ha venido globalizando y socializando al mundo. Es más, los científicos aún no conocen del todo al Covid-19, ya que el conocimiento es poder y quien conoce domina.

Por tanto, nos encontramos en una sociedad individualista, hallándonos completamente solos ante el mal que nos viene a matar. Esta situación se asemeja a los años 1980 a 2000 cuando el mal era concreto, siendo el sujeto ideologizado, con fusil en la mano, quien mataba con odio; sin embargo, las fuerzas del Estado también cometieron atrocidades en el pueblo, donde lo importante era sobrevivir y para salvarse solo decían “no he visto nada, señor”.


Fuente: flickr.com

De modo que, cuando llegaban los subversivos, el pueblo se quedaba en silencio porque el partido tenía mil ojos y mil oídos, venían a matar y las víctimas tenían un cartel escrito con sangre que decía: “así mueren los soplones”; ante este hecho el pueblo afirmaba “Algo habrá hecho”, siendo el pueblo culpable porque no lo defendió y no tuvo el coraje de resguardar al otro.

El mal de hoy es el Covid-19 que ocasiona un terror que nos paraliza tanto al cuerpo como al pensamiento. Es abstracto, pero está entre nosotros, mata desde adentro al cuerpo, es decir, es el otro asesino sin moralidad. Ante esta situación, el pueblo se horroriza y niega a la víctima, afirmando: “Gracias a Dios estamos sanos y salvos”, explicando con su fe que solo las personas diabólicas están muriendo; esto ocurre, tal vez, porque el poder nos formó con sus entretenimientos donde se muestra que mueren solo los malvados.


En fin, el hombre que habita el planeta Tierra es el lobo del hombre, su mayor pasión es el odio y posee un espíritu narcisista; ante ello, la sociedad debe recuperar al hombre porque está en crisis. Pensemos que el hombre aún no está muerto y no todo está perdido, como Foucault lo afirmaba: “El hombre ha muerto”, en su obra Las palabras y las cosas.


Por tanto, es urgente educar a los hombres con libertad para poder construir una sociedad tolerante y solidaria, aunque nunca vamos a conocer al otro cien por ciento, pues si llegáramos a conocerlo seríamos el otro; así el no comprender nada al otro nos hará ver como enemigos. Todas las personas debemos tomar el imperativo categórico de Immanuel Kant: “Obra de tal modo que tu acto pueda ser elevado a norma universal de conducta”; es decir, que cada uno sea consciente y responsable de su vulnerabilidad, puesto que cada hombre es una multitud.

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