Roly Auccatoma Tinco
rauccatoma@unah.edu.pe

La humanidad aún no pierde la esperanza en el siglo XXI, cree y está seguro de la existencia del todopoderoso (Dios), aunque Nietzsche ya había advertido “¡En casi dos milenios, ni un solo nuevo Dios!”(2014, p. 30).


Hoy el mundo está cerca de una hecatombe nuclear, el silencio de Dios, la muerte y el sufrimiento nos angustia terriblemente.

El séptimo sello es anunciado en el libro del Apocalipsis (8:1-6): “Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora.  Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de Dios, y se les dieron siete trompetas…, se prepararon para tocarlas”. Es así, que este pasaje inspiró la película de El séptimo sello (Det Sjunde Inseglet, 1957) del genio Ingmar Bergman.

La muerte en la película es el tema esencial y es el destino final de cada persona, así como decía Jorge Manrique, autor de las famosas Coplas a la muerte de su padre: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”. Bergman nos presenta a la muerte como un gran jugador de ajedrez que nunca pierde y que a los perdedores se los lleva bailando.

Las escenas que más sobresalen del film son la confesión a la muerte, donde el protagonista Antonius Block dice “Quiero confesarme y no sé qué decir. Mi corazón está vacío… Siento un profundo desprecio de mi ser. Indiferente a los hombres y a las cosas, me he alejado. Prisionero en un mundo de fantasmas, deseo saber qué hay después”. El hombre busca garantía en Dios, pero no se revela, por eso se resiste a vivir ante la nada. ¡Oh Dios, tienes que existir!

Tal vez podamos vivir como su escudero Jöns: “Se ríe de la muerte, blasfema de Dios, se burla de sí mismo y sonríe a las mujeres. Su mundo es solo el mundo de Jöns, un pobre bufón ridículo para todos e incluso para sí mismo. Tan indiferente es para el cielo como para el infierno”. Este luego canta: “No existe el destino, estáis ante la nada…”.

La otra escena es de la joven acusada por bruja y la conversación es la mejor explicación de que el poder hace creer que son culpables y ellos mueren felices.

Antonius: Te acusan de tener pacto con el diablo.

Mujer: ¿Por qué hablas conmigo?

Antonius: No es por curiosidad sino por graves razones personales… Quisiera ver al diablo.

Mujer: ¿Para qué?

Antonius: Quiero verle y preguntarle sobre Dios. Él sabe más que nadie y me revelará.

Mujer: Puedes verla cuando quieras.

Antonius: ¿Cómo?

Mujer: Siempre está cerca de mí… Mírame a los ojos… ¡Fíjate! ¿No le ves?

Antonius: Lo único que veo en tus ojos es el horror que paraliza tus pupilas.

Mujer: ¡Oh! ¿No ves a nadie? ¿A nadie? Tal vez se encuentre a tu espalda.

Antonius (girando hacia atrás agitadamente): – No… tampoco.

Mujer: Pero si él está siempre conmigo… Hasta los monjes lo han visto. Basta que yo alargue mi mano para encontrarme con la suya, ni el fuego podrá hacerme daño.

Antonius: ¿Te lo ha dicho él?

Mujer: Yo lo sé…

Antonius: ¿¡¡Te lo ha dicho él!!?

Mujer: Yo lo sé… Yo lo sé. ¿No lo ves en mis pupilas? Él es mi fuerza y mi seguridad, por eso todos me temen, porque no resisten la presencia de él.

Más adelante, el escudero Jöns interroga a Antonius: “¿¡Qué es lo que ve!? […] ¿Quién la va a recibir en el más allá? ¿Serán los ángeles, o Dios o el diablo o simplemente la nada? ¿Será la nada señor?” A lo que Antonius, desesperado, responde: “¡¡La nada no puede ser !!”. Pero Jöns prosigue: “Mira sus ojos… Su pobre cerebro está haciendo ahora un terrible descubrimiento. Se sumerge en el abismo de la nada”.  Antonius grita desgarrado: ¡NO!

Por último, en la escena final donde la muerte se los llevó hay una desesperación de los personajes; Antonius: De profundis clamavi ad te dominem (Desde las profundidades te llamé, oh Señor) … ¡Oh Dios, ten misericordia de nosotros que vivimos en las tinieblas pues que somos pequeños y estamos angustiados!

Jöns: En las tinieblas que confiesas vivir, en las que confieso que vivimos los hombres no encontrarás a nadie que escuche tu angustiosa súplica y se pueda conmover. Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad.

Antonius: ¡Oh Dios, estés donde estés! Porque ciertamente debes de existir, ten misericordia de nosotros.

Jöns: Hubieras gozado más de la vida despreocupándote de la eternidad, pero es demasiado tarde. En este último instante goza al menos del prodigio de vivir en la verdad tangible antes de caer en la nada.

En fin, la muerte nos ganará la partida. Es imposible escapar de nuestro destino y solo es cuestión de tiempo. Antonius dice: “La fe es un grave sufrimiento, es como amar a un extraño en vano que no se presenta por mucho que uno llame, desesperado”. Lo que salva es el amor como lo dice el escudero Jöns: “El amor es lo más perfecto por su perfecta imperfección”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *