En Occidente, en la Edad Media, se organizaron Cruzadas contra los musulmanes que vivían en la llamada Tierra Santa, y en el Renacimiento, la Santa Inquisición católica empezó a apresar, torturar y sentenciar a muerte a blasfemos, apóstatas y herejes, es decir, a quienes tenían creencias diferentes como judíos, protestantes y místicos heterodoxos. Así, condenó al monje Giordano Bruno a ser quemado vivo por herejía al afirmar, que existen un universo y mundos infinitos y tener ideas distintas sobre Dios, al matemático y astrónomo Galileo Galilei a sufrir prisión vitalicia en su domicilio por declarar que la tierra giraba alrededor del sol y no al revés, al monje Francisco de la Cruz, dos veces rector de la Universidad de San Marcos, a morir en una hoguera por decir herejías como, por ejemplo, que el Perú sería la Nueva Jerusalén y él el nuevo papa. Y entre los siglos XVI y XVII, hubo cinco guerras entre católicos y evangélicos europeos..
Por otro lado, en el presente siglo, el holandés Theo Van Gogh, quien escribió un libro crítico del islam y realizó un documental sobre el maltrato a las mujeres en sociedades musulmanas, fue abaleado y degollado, la sede de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, que publicó caricaturas burlándose del profeta Mahoma, sufrió un atentado muriendo doce personas por disparos de ametralladora, y el profesor de secundaria Samuel Paty, que enseñó algunos de esos dibujos a sus alumnos en una clase sobre libertad de expresión, fue acuchillado y decapitado. En todos estos casos los asesinos fueron extremistas musulmanes.
Y, aún hoy, en algunos países de mayoría musulmana de Asia y África, se puede terminar en la cárcel por blasfemar, cuestionar o abandonar esa religión.
Además, en muchas partes del mundo, hay mayorías creyentes y minorías no religiosas que pueden ser deístas, agnósticas o ateas. El deísta no sigue ninguna religión organizada, pero cree en un ser supremo creador del mundo que no interviene en él. El agnóstico no sabe si existe un dios y puede ser indiferente o declarar irresoluble ese problema o con el tiempo quizá puede volverse o creyente o ateo. El ateo está seguro de que no hay ningún dios pero puede tener más de una actitud frente a la religión.
En el siglo pasado, se llegó a implantar el socialismo marxista, filosóficamente materialista y ateo, en países como Rusia y China, y en un principio se cerraron las iglesias para después permitirlas, pero bajo supervisión estatal. Y hasta la fecha no ha habido ninguna guerra entre ateos para implantar el “verdadero” ateísmo.
En el presente, en sociedades mayoritariamente religiosas como la nuestra, a pesar de haber libertad religiosa, pensamiento y expresión, hay ateos cautos con respecto a su incredulidad, la encubren puesto que no quieren hacerse problemas con sus familiares, amigos o colegas creyentes, muchos de los cuales piensan erradamente que un ateo no cree en nada y, por eso, es capaz de cualquier maldad.
Tales ateos discretos pueden llegar a participar de ritos religiosos, como bautismos, matrimonios, funerales, bendiciones de locales y misas en general, no sólo para socializar sino también para evitar ser segregados o peor aún ser rechazados o ganarse problemas en un medio social predominantemente religioso. Incluso hay ateos de cierta fama y éxito que dicen que son «agnósticos», para evitar ser boicoteados en los medios de comunicación o perder seguidores políticos, clientes, lectores o público.
Pero también puede haber ateos abiertamente declarados e incluso mediáticos. Sus parientes, amigos y conocidos saben su posición muy bien, y pueden ser respetuosos de las religiones y los creyentes, es decir, no les faltan el respeto, no se burlan de ellos y su fe ni mucho menos les insultan. Y, claro, puede haber ateos ácidamente críticos, muy mordaces o irreverentes de la fe religiosa llegando al punto de la intolerancia y de ofender la sensibilidad de los creyentes.
Así que se puede ser tolerante o intolerante con y sin religión con respecto a las creencias, ideas y emociones ajenas, Pero aceptar la realidad de que no todos pensamos igual ni creemos en lo mismo nos hará aceptar a los demás como lo que son, al igual que nosotros, seres humanos, y así con sentimientos, ideales y esperanzas (además de toda suerte de debilidades y defectos). Con lo que debemos ser intolerantes es con la injusticia, el abuso y la maldad incluyendo las nuestras. Y haya o no dioses, depende más de nosotros, creyentes y no creyentes de buena voluntad, luchar cada día por lograr un mundo mejor para todos.