Según el Diccionario de la Real Academia Española, tolerancia es el “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”, y respeto es, en entre otras cosas, “Miramiento, consideración, deferencia”. La tolerancia con respecto a las ideas, sean religiosas o políticas, implica libertad de expresión siempre que no afecte la dignidad, la salud y la vida de las personas.
Obviamente, la tolerancia tiene sus límites, por ejemplo, en muchos medios de comunicación alrededor del mundo, y las redes sociales del internet no se permite, relativamente, la exposición directa de imágenes de violencia y sexo crudo, así como los posts racistas o sexistas.
Por otro lado, cada quién es libre de invitar a quien quiera a su casa, generalmente a gente amiga o que nos interesa o simpatiza. Nadie invita a alguien para que le insulte o haga problemas, aunque puede pasar eso por ignorancia o descuido. Y eso también vale para las instituciones.
Normalmente, no se permite dar discursos contra una religión en sus templos, denigrar al fundador de un partido político en su local, publicar en un diario artículos contrarios a su línea editorial, protestar contra las empresas privadas dentro de sus instalaciones, o invitar a alguien contrario a las ideas de un influencer o divulgador digital, para refutar a éste o, peor, hacerlo quedar en ridículo.
Sin embargo, en una institución como una universidad pública que, a diferencia de una privada o una confesional, es sustentada por los impuestos de todos los ciudadanos, con diversas creencias e ideologías, lo ideal es que se permita la exposición y la discusión de ellas. Ahora, en realidad, eso no siempre pasa porque, como todo grupo humano, no todas sus autoridades (rector o rectora, decanos de facultades y directores de escuelas) piensan igual y así algunas pueden permitir o no, que se expongan ciertas posturas contrarias o no a las ideologías religiosas o políticas de su preferencia o simpatía. Así que no se puede generalizar falazmente que esta o aquella universidad nacional es intolerante o “cancelatoria” cuando en una de sus facultades se censura a ciertos ponentes pero no en otra.
Por otro lado, el argumento de no dejar que expongan determinados divulgadores digitales en los espacios universitarios, invitados por estudiantes o docentes, “por promover prejuicios y desinformación” no puede ocultar el fenómeno mundial de las redes sociales que vivimos en la actualidad. Y así, un youtuber, tiktokero, facebookero, etc., como divulgador de toda clase de ideas, científicas o no (mágico-religiosas o pseudocientíficas), conservadoras o no, derechistas o izquierdistas, hispanófilas o pachamamistas, con o sin estudios formales o especializados, con o sin doctorado, puede ser más visto y escuchado por sus cientos, miles o millones de seguidores, o incluso, por eso, preferido para presentar libros, que un catedrático erudito en tal o cual campo del conocimiento que solo lo conocen sus parientes, alumnos y colegas de su institución y/o dentro o fuera de su país.