Fuente: El Comercio Perú
Rene Antonio Hinojosa Benavides

En la cima de una montaña de la cordillera de los Andes, con privilegiada ubicación en ceja de selva amazónica de la provincia de Urubamba y sobre los 2 400 m s.n.m., se encuentra una ciudadela inca, un área natural protegida por el estado peruano,


declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1983, con una extensión de 350 km2, a 80 kilómetros al noroeste de la ciudad de Cusco, entre dos cadenas montañosas: la cordillera de Urubamba y la cordillera de Vilcanota.

Este lugar es el Santuario Histórico de Machu Picchu (SHM), uno de los cuatro santuarios históricos del Perú, declarado como tal mediante Decreto Supremo N° 001-81-AA de fecha 8 de enero de 1981, con el objetivo de proteger las especies en vías de extinción, como el oso de anteojos (Tremarctos ornatus) y el gallito de las rocas (Rupicula peruviana), así como los restos arqueológicos presentes.

Esta maravilla del mundo, asombra hasta la actualidad, no solo por su construcción en un sitio tan empinado, sino también porque está sobre dos fallas sísmicas, recibe lluvias torrenciales cada año, causando derrumbes frecuentemente, y esto lo hace un lugar terrible para construir una ciudad de piedra. La ubicación tiene dos virtudes: un manantial cercano y una cantera de granito que los ingenieros incas utilizaron para las paredes, empezando la construcción apuntalando la montaña con un bastión de cientos de terrazas (Urbina, 2019).


Mientras algunas terrazas fueron usadas para la agricultura, su propósito principal era sostener la montaña, mientras drenaban un gran volumen pluvial en un promedio de 1 920 mm anuales que, de haber sido ignorada, esa agua haría lodo de las laderas y Machu Picchu se hubiera derrumbado, por lo que los incas lo evitaron creando un sistema de drenaje,

Fuente: Gobierno del Perú

puesto que dentro de las terrazas, arqueólogos hallaron una capa de mantillo y debajo de eso, una capa de arena y finalmente, grava y piedras más grandes, lo que servía para filtrar, es decir, aun cuando cae mucha lluvia las terrazas nunca se inundan porque el agua se filtra a través de estas capas progresivas de material; de tal manera que, en vez de bajar por la montaña, el agua lentamente pasa al piso y casi no hay erosión.

Con este diseño básico a la mano, los incas fijaron la primera terraza, luego la siguiente, y así llegaron a la cima, una vez allí, los ingenieros tuvieron que lidiar con un mayor problema de agua (Kauffmann, 2014).

Siendo una ciudad pavimentada con rocas y hay pocos lugares a donde puede ir el agua, pero los incas anticiparon ese problema, y durante la construcción colocaron en toda la ciudadela más de 100 alcantarillas, revelándose una innovación asombrosa para lidiar con tanta agua, ya que debajo de las capas de mantillo y grava, se halló una capa gruesa de fichas de granito, lo que sobró a los incas del corte de rocas, en una clase de conducto para alejar con seguridad el agua, para asegurarse de que Machu Picchu durara. 

Referencia

Kauffmann, F. (2014). Machu Picchu Portento de la Arquitectura Inca. LEX, 12(13), 319-332 http://dx.doi.org/10.21503/lex.v12i13.48

Urbina, K. (2019). Proceso constructivo Inka del Conjunto Arqueológico de Waynaq`ente del Parque Arqueológico de Machu Picchu-Distrito de Machu Picchu, provincia de Urubamba, departamento del Cusco [Tesis de maestro en ciencias sociales, Universidad Nacional de Trujillo] https://dspace.unitru.edu.pe/handle/UNITRU/14363

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