Fuente: BBVA Openmind
José Luis Escobar Morán

El artículo de la semana pasada, generó entre los lectores amigos, una serie de interrogantess, era un concepto, que, a pesar de haber llevado el curso de Filosofía en la Universidad, nunca lo habían tratado, algunos profesores de ese curso me manifestaron que “eran categorías idealistas” para hacer pasar sus afirmaciones como verdaderas.


Resulta que no, que esos criterios están presentes en todos nuestros actos relacionales, desde la conversación más simple, en la que asumimos, explícita o implícitamente, que nuestro interlocutor comparte con nosotros algo que es verdad y que es la que le da el tema.

Es un debate de antiguo ¿qué es la verdad?, para un personaje de los Cuentos de Canterbury, era “todo lo que me llena la Panza”, nosotros lejos de esa forma grotesca de percibir el mundo, creemos que la verdad, como permanente e inalterable, no existe; por eso consideramos que es mejor hablar de certezas.

Volviendo a los “criterios de verdad” su vigencia, está dada por que los aceptamos como prueba de la validez de nuestros conocimientos, asumiendo que confirma la exactitud de nuestras ideas y muestran en qué medida nuestras sensaciones, representaciones y conceptos, corresponden a la realidad objetiva.


Fuente: 29 Minutos Bajo el Sol

Y es esa medida la que aplicamos a todo, al conocimiento científico, al empírico e incluso a las percepciones del fenomenológico. Dentro de la óptica más convencional, diremos que, para el “idealismo”, el criterio de verdad es la concordancia entre las teorías y la realidad objetiva, mientras que para el “materialismo”,


es la práctica concreta, pero los “criterios de verdad” van mas allá, parten de nuestra aceptación de los enunciados de cualquier actividad, a la que aceptamos como válida; del cumplimiento de cualquier ley, por que la asumimos justa, de la utilización de cualquier instrumento porque lo creemos útil.


La ciencia se valida para los científicos a través del experimento, pero a los ojos de las personas que no participan de ese mundo, esa ciencia solo tiene justificación si provee de tecnologías que le faciliten la vida, solo así se justifica. Un personaje de Cien años de Soledad, la inmensa novela de García Márquez, dice “toda la ciencia no vale nada, si no me provee de un nuevo sistema de guisar los frejoles”, sería el mejor ejemplo.

En cambio, en los conocimientos empíricos, es la aceptación; la mayoría estará de acuerdo en que el hervido de eucalipto cura la gripe, y probablemente solo el hecho de beber una infusión de este vegetal, haga que nos sintamos curados, es que todo el mundo lo dice, por lo tanto, es verdad.

Ambas formas de percibir el mundo, son efectivas y, a veces coinciden, como en la genial deducción de Eratóstenes, para determinar el diámetro de la tierra, hace más de dos mil años, cálculos empíricos, basados en la aplicación de la geometría euclidiana, que, en el siglo pasado, menos de cincuenta años, fue confirmado por la tecnología espacial, con un error probable de menos de 1%.   

 

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