Roly Auccatoma Tinco
rauccatoma@unah.edu.pe

La filosofía occidental por su carácter antropocéntrico se ha convertido en verdugo de Dios, del Hombre y de la Naturaleza. Nietzsche mató a Dios, Foucault, al hombre; mientras, los amos del mundo, a la naturaleza. Desde la época del neolítico, el hombre ha ido devastando la Tierra con el descubrimiento de la agricultura. Las tres muertes son esenciales y están intensamente relacionadas.


En la actualidad, la pachamama (madre naturaleza) se está muriendo por los diversos problemas que ocasiona el asesino serial con su filosofía y su sistema político capitalista: “El aumento de dióxido de carbono, el “adelgazamiento de la capa de ozono” producida por el uso de clorofluocarbonos, los nefastos efectos de la denominada “lluvia ácida”, la “eliminación de las especies” debido a la actividad humana, la “devastación de los bosques”, el reemplazo de grandes extensiones de bosques nativos por monocultivos y la población mundial crece en forma vertiginosa.” (Pobierzym, 2008, p. 83-84)

El antropocentrista cree y piensa que la naturaleza es inagotable y para arrasarla la desacralizó a través de filosofía, ciencia y religión. Es decir, para el hombre occidental, ya no existe lo sagrado en la naturaleza; esta situación nos lleva a la interrogante ¿en cuánto tiempo puede la técnica y la ciencia echar abajo al Apu Razuhuillca?, ante la cual surge la respuesta: en cuestión de días, con el empleo de las supermáquinas.

El hombre, con su subjetividad absoluta, se cree Dios y va destruyendo a la naturaleza para su posterior transformación en mercancía negociable y la acumulación de capital; mientras, los demás ciudadanos solo están destinados al consumismo. Es así que, desde la antigüedad, con la práctica de la agricultura y, hoy, con la ingeniería genética, se está jugando a ser Dios. Esta especialidad proporciona al hombre, mayor poder y dominio para el estudio del ser humano y la esencia de la naturaleza; es decir, con la intervención de la ciencia y la técnica, el amo puede ingresar a cualquier lugar sagrado, humillando a la venerada creadora de vida.


El hombre centralista cree más en el poder del oro y en el dinero, el cual globalizó al mundo. No existe alguna parte del mundo que no haya sido conquistado por el hombre, es decir todo es invadido y dejado sin misterio. Como dice Virilio, citado por Feinmann, (2008, p. 566): “… si todo el mundo viviera como un francés, nos harían falta más de dos planetas, y si consumiéramos como un estadounidense nos harían falta cinco”.


Fuente: Eva Teba

En fin, como lo afirma Pobierzym, “…la “vida” no deben ser tomada como un medio para el indefinido despliegue de una cultura hipertecnologizada (que conduce a la devastación de los ecosistemas, la polución en los lagos, ríos y mares, o también a la producción de nefastas utopías en torno a la clonación), ni los animales ser utilizados como seres inferiores a los que puede exterminarse indiscriminadamente, o convertirlos en objeto de despiadados experimentos, para fines netamente utilitarios.” (2008, p.99-100).

El efecto antrópico se manifiesta en la devastación de todo lo sagrado; por ende, es necesario hacer un salto del antropocentrismo al ecocentrismo que consiste en el respeto a toda vida existente, ya que es sagrada y preservar la vida en la Tierra. No obstante, hasta el momento, nos hallamos en la segunda muerte de la naturaleza, ocasionada por la ciencia desde la ingeniería genética.

Referencias bibliográficas

Feinmann, J. P. (2008). La filosofía y el barro de la historia. Editor digital: Titivillus. Recuperada de: https://www.librosdemario.com.

Pobierzym, R. P. (2008).  La misión de la ecosofía ante la muerte de la naturaleza (pp. 81-102). Monjeau, A. (Organizador, 2008). Ecofilosofía. Curitiba. Recuperada de: https://www.researchgate.net/publication/298786651_Ecofilosofia.

 

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