Fuente: La República
Ítalo Quispe Pérez

Pensar y discutir es un esfuerzo para explicar las razones que hemos aceptado para concluir en nuestras ideas. Sin embargo, por temor, por pereza, por comodidad o porque las circunstancias actuales nos convienen por el estilo de vida beneficioso que tenemos, no participamos de su intercambio.


Según última encuesta de Datum publicada el 3 de abril, más del 32.9% de peruanos todavía marcaría en blanco este 11 de abril. Mi sospecha es que nuestra ciudadanía procrastina y aplaza su tarea más complicada, la de pensar. Reflexionemos sobre ello.

En la modernidad, se identificó el pensar con una característica pasiva. Descartes, por ejemplo, incluyó dentro del “pensar” al “sentir”. Pensar podría identificarse con una característica de nuestra existencia, de la vida. Sin embargo, vivos están los animales y aun las plantas, mientras que pensar no puede predicarse de estos.

A diferencia de nosotros, los humanos, una planta o un animal no pueden estar equivocados. Tampoco se puede decir lo mismo, si nos permitimos reflexionar de este modo, de la divinidad. La divinidad no necesita esforzarse, porque no requiere de procesos para tomar el objeto del pensar, la idea; pues lo propio de lo divino sería saber o conocer en acto. El ser humano piensa, porque no conoce todo; incluso lo que cree conocer es también dudoso.


Pensar es un esfuerzo, una praxis. La idea, según la tradición que estudiemos, sería un descubrimiento o una construcción posterior al pensamiento. Pensar para formular ideas es una facultad humana que expone, al mismo tiempo, tantos nuestras carencias como nuestras virtudes.


Fuente: Objetivismo.org

Como producto de la voluntad humana, el pensar es, en sí mismo, legítimo. Más allá de de las razones internas al discurso o a la voluntad del sujeto pensante, es decir, más allá de la lógica o el engaño que permite exponer razones e ideas que en verdad no se creen ni se defenderían, no existe el pensar mal. Discutimos, sin embargo, las ideas; porque estas, sobre todo aquellas que nos relacionan en lo social y lo político, son la prueba de que no lo sabemos todo.

Pensar y discutir es un esfuerzo para explicar las razones que hemos aceptado para concluir en nuestras ideas. Sin embargo, por temor, por pereza, por comodidad o porque las circunstancias actuales nos convienen por el estilo de vida beneficioso que tenemos, no participamos de su intercambio.

Inicié este texto recordando que existe casi un 33% de la ciudadanía que aún no piensa su voto. Me parece que debemos temer que este porcentaje elevado se traduzca luego en la elección del “mal menor”, ese concepto fabuloso o ficcional que impide el compromiso político del ciudadano.

Muy por el contrario de lo que los indecisos pueden pensar, una gran porción de ellos en realidad no está “pensando”, sino aplazando el día en que deban tomar una decisión. Y lo harán, pero, lamentablemente, en la cola de camino a la mesa de sufragio.


Elegir el mal menor ha sido siempre la excusa de una ciudadanía pasiva que no tiene o no puede o no quiere exponer las razones de sus ideas y, en consecuencia política, las razones de sus actos. Pensar como actividad nos expone a la falsedad, al error y a la frustración; pero nos libera de la manipulación o, en todo caso, de la indiferencia con que puede vivirse esta vida.


Fuente: Vagabundo Filosófico – WordPress.com

Una ciudadanía que piensa y que concluye ideas es una ciudadanía que puede elegir propositivamente. Esto significa que habiendo incluso concluido que ninguna opción es la mejor, no se resigna al mal menor.

Pensar y elegir decididamente implica compromiso con las razones que sostienen la idea. En esta coyuntura, la idea puede tener formas como “el candidato XYZ puede ocuparse de la mayoría de los problemas del país” o “las propuestas de XYZ partido son de interés general para la nación” y ya no implican el antiguo “XYZ me representa”, porque estaríamos atentando contra el principio cuatro que ya hemos discutido.

Asumir un compromiso positivo con las razones de nuestra decisión debería llevar a una ciudadanía exigente del cumplimiento de lo que se espera o, por el contrario, a denunciar la corrupción de las ideas por las cuales habíamos tomado la mencionada decisión.  

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