Ketty Marilú Moscoso Paucarchuco
kmoscoso@unah.edu.pe


“Nunca ha sido fácil vivir en el Perú”, dijo Alberto Flores Galindo, brillante, ubérrimo y polémico cronista. El Perú en el cual vivimos no es precisamente el Edén.



La generación que más es golpeada con el coronavirus, recuerda tiempos pasados con nostalgia y con mucho temor; crisis económica, violencia sociopolítica, muertes. Una patria rodeada de una geografía agraciada, una patria en la que hay diversas culturas y lenguas, algunas desdeñas por los demás.

Una patria sometida a devastadores fenómenos climáticos y hoy por hoy a una inacabable pandemia; una patria fragmentada por brechas económicas, una patria llena de desafectos por diferencia de género y étnicas.

En estas tierras vivieron y escribieron grandes obras, literatos como Abraham Valdelomar, Ciro Alegría, José Santos Chocano, César Vallejo, José María Arguedas, y, quien perennizo esta frase “¡Al rincón! ¡quita calzón!” Ricardo Palma, en su obra Tradiciones Peruanas.

Sí que eran difíciles esos tiempos, ir a la escuela era una odisea, Ricardo Palma nos recuerda, al Obispo de Arequipa Chávez de la Rosa, catedrático que ante una pregunta no contestada o con respuesta equivocada por su estudiante, inmediatamente le decía – ¡Al rincón! ¡quita calzón!, en esos tiempos regia, la letra con sangre entra y todo colegio tenía un empleado cuya tarea era aplicar tres, seis y hasta doce azotes sobre las posaderas del estudiante condenado a ir al rincón.


Un día un párvulo obedeció, pero rezongando entre dientes, algo que hubo de incomodar a su ilustrísima, y entre murmullo le dijo: -Yo también le haría una preguntita y me gustaría que me la responda de corrido. Curioso el catedrático le dijo: – ¿Cuál?, el intrépido lanzó la pregunta a su señoría – ¿Cuántos Dominus Vobiscum tiene la misa?, el señor Chávez miro al techo, no sabía la respuesta.

Fuente: El Comercio Perú

Por supuesto que desde ese día hubo amnistía general para los arrinconados, el obispo se constituyó en protector de aquel niño, confiriéndole una de las becas del seminario, aquel pequeño fue uno de los más prestigiosos oradores, escritor galano y robusto, habilísimo político y orgullo del clérigo peruano, su nombre Francisco Javier de Luna Pizarro, vigésimo obispo de Lima.

En estos tiempos Ricardo Palma sería viral, un conspicuo de la escuela romántica, una celebridad de la sátira limeña, con críticas respecto a su ortografía, creador de la especie literaria llamada Tradición, publicó en un destino trágico, en plena guerra con Chile, por su cuenta y riesgo, con el dinero ahorrado durante toda su vida. A los de ahora nos queda hacer historia, buscando un pasado que no se repita, que deje añoranza, pero no temor.

Como menciona Ramón León Donayre, cada nueva generación de peruanos descubre a Ricardo Palma, aprende a querer a esta patria difícil, con sus grandezas y sus carencias. Nadie escapa a su influencia, ni siquiera los “millennials”, ya no se les puede decir al ¡al rincón! ¡quita calzón! no es necesario, ellos también saben cuál es su obligación. Tal vez no lo hayan leído, pero igual, con su ejemplo, con su solo nombre, Ricardo Palma influye en ellos. En eso, creo, radica el gran aporte de nuestro Tradicionista al Perú del siglo XXI.

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